“La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura. Si es verdad que no forma parte de nuestra cultura el hecho de que las mujeres sean seres humanos de pleno derecho, entonces podemos y debemos cambiar nuestra cultura”
— Chimamanda Ngozi Adichie
Por: Valerie Campos
Ningún país puede aspirar a ser una sociedad plenamente democrática mientras persistan la desigualdad, la discriminación, y la violencia contra las mujeres. Los derechos de las mujeres no son un problema “feminista”, son un problema de derechos humanos con enormes ramificaciones globales. Los derechos humanos son derechos reclamados contra el Estado y la sociedad en virtud de ser un ser humano. Vivimos una crisis de violencia de género y feminicidios que es urgente erradicar. La realidad es abrumante y aterradora. Las cifras son desgarradoras y aún no alcanzamos a entender la magnitud real de este fenómeno y el impacto psicológico en la sociedad que se quedará impregnado por siglos. Cientos de niñas y mujeres son violadas, asesinadas y atormentadas a causa de la constante re-victimización tanto en lo social como en lo político y económico. Las mujeres constituyen los segmentos más pobres y menos poderosos de sus comunidades. Se les niega la igualdad de acceso a la educación, la capacitación laboral, el empleo, el tiempo libre, los ingresos, la propiedad, la atención médica, los cargos públicos, el poder de toma de decisiones y las libertades, así como el control sobre su propio cuerpo y vida. El gobierno no responde ante esta situación y cuando lo hace, las respuestas son indiferentes, ofenden y atacan a la mujer ocasionando más indignación, odio y aversión promoviendo con ello formas radicales de exigencia que sobrepasan los valores y principios reales de la causa.
Hablar de mujer en México es hablar de más de la mitad de la población total, de más de la mitad de la población en edad de trabajar, de prácticamente la mitad de la matrícula escolar nacional, y del mayor número de votantes registrados en el padrón electoral vigente. Lo cual indica que las mujeres estamos presentes, activas y que somos mayoría en un país de arraigadas tradiciones machistas. Sin embargo, hablar de los derechos humanos exclusivos para la mujer contradice en gran medida el carácter universal de los Derechos Humanos que formalmente protegen a hombres y mujeres por igual y que ponen en tela de juicio la igualdad humana de los géneros. Siempre he sentido que las personas más desarrolladas son aquellas que pueden ponerse en el lugar del mayor número de personas. Aquellas que abordan esa empatía con inteligencia. La lucha por los derechos de la mujer no debe ser un sinónimo de odio a los hombres. Como la activista femenina – Jane Galvin Lewis, dijo.-«No hace falta ser anti-hombre para ser pro-mujer». Las mujeres tenemos la necesidad de definir nuestra identidad al margen de la mirada masculina al vernos intimidadas por las imposiciones a base de siglos de dominación, pero es necesaria la participación masculina para erradicarlo. Los hombres no son nuestros enemigos. La única diferencia entre los seres humanos es la inteligencia. Los hombres no son el patriarcado, el patriarcado es un sistema. Un sistema que puede erradicarse. Nuestros enemigos lo son la intolerancia, el radicalismo y la ignorancia.
El camino hacia la igualdad implica tanto un empoderamiento constante de las mujeres, como una retirada pacífica de los hombres de los lugares y roles que ya no les corresponden y que les fueron dados gratuitamente. Hay una comunidad de hombres conscientes de este inevitable cambio. Hay hombres preguntándose. -¿Qué es ser un hombre contrario al heteropatriarcado?, aliado feminista o feminista. Preguntándose -¿Cómo somos en pareja? ¿Cómo participamos en relaciones sentimentales no patriarcales?, ¿Cómo colaboramos con el feminismo? ¿Cómo vivimos cada día? Uno de esos hombres es mi hijo. Furioso y abrumado por la situación que viven las mujeres de su vida día a día. Furioso por la proliferación de imágenes que solo denigran más a la mujer y que de una u otra manera promueven el feminicidio, secuestro y violación. Preguntándose qué hacer? Cómo apoyar? Nos encontramos en un momento histórico. Ya no hay excusas para seguir alimentando el machismo que todos hemos heredado y que seguimos llevando dentro.
Las mujeres debemos ejercer nuestro poder de una manera consciente, respetuosa e inclusiva desde la no-violencia. La necesidad urgente de establecer derechos, normas e instancias internacionales y nacionales para proteger y garantizar los derechos de las mujeres solo confirma la dimensión de las violaciones a la dignidad humana que enfrentamos día a día. Esto debe parar ya. Es un cáncer que se sigue expandiendo y nuestra lucha contra esta enfermedad lleva un camino largo, pero no podemos enfrentarlo solas. Necesitamos aliados hombres conscientes del cambio. Padres, hijos, hermanos, esposos, pareja y amigos. La masculinidad patriarcal es una construcción que surge, crece y se transmite de generación en generación en el seno de nuestra sociedad. Igual que la feminidad. Para configurar una sociedad en la que la equidad de género vaya más allá de la retórica y donde se destierren las prácticas y tradiciones sociales que afectan a las mujeres es necesario el compromiso total y la participación consciente y activa tanto de mujeres como de hombres en esta lucha. La participación de las mujeres en la vida social, económica, política y cultural de nuestro país es un hecho que enaltece y que sigue creciendo cada vez con más fuerza. La presencia de las mujeres en el ámbito laboral en las últimas décadas rechaza los roles sobre el papel tradicional de la mujer dependiente y reivindica los valores femeninos. Los avances son evidentes. Las mujeres somos fuertes. Lo hemos sido siempre y lo seguiremos siendo desde el momento en que jamás sacrificaremos nuestro rol de madres y padres al mismo tiempo. Debemos reconocer el crecimiento de la mujer en todos los ámbitos porque ahí radica nuestro poder. En ¿Cómo nos asumimos? El crecimiento en el ámbito educativo revela una mayor independencia económica y un evolutivo empoderamiento político que fortalece nuestra democracia.
No es difícil comprender que la falta de educación y estatus socioeconómico se asocian tanto con machismo como con victimización femenina y perpetración masculina. La realidad social del país, caracterizada por la pobreza de la mitad de nuestra población y por una profunda desigualdad social y la incapacidad de superar la histórica discriminación de la mujer tanto en los ámbitos público como privado generan una orientación por género en dichas oportunidades. Considero de extrema importancia que las mujeres estudiemos más a fondo los temas que nos atañen. Que abordemos con total responsabilidad la realidad que vivimos día con día para concientizar nuestra lucha bajo un profundo análisis y erradicar la violencia de género de raíz. Como mujeres, como seres humanos, sin divisiones, ni clasificaciones de ninguna índole.
El machismo se considera un fenómeno inherente a la sociedad mexicana, pero tiene raíces mucho más profundas y vale la pena echar un vistazo a los numerosos estudios realizados sobre el machismo en México. Unos de carácter sociológicos, otros antropológicos, psicológicos o simplemente apreciativos; unos, muy valiosos, otros, estereotipados. Se define al machismo como una ideología que justifica la superioridad y el dominio del hombre sobre la mujer exaltando las cualidades masculinas, como independencia, agresividad y dominancia, mientras estigmatiza las cualidades femeninas, como debilidad, dependencia y sumisión. Las construcciones socioculturales sobre género penetran todas las esferas de la vida humana generando diversas inequidades.
Por supuesto, observar el machismo como un fenómeno característicamente mexicano es debilitador y parcial pues en cada país toma sus características propias. Algunos investigadores consideran que el origen del machismo mexicano comienza con la educación que la madre sobreprotectora otorga al hijo hombre, al que introyecta desde la infancia sentimientos de omnipotencia. De acuerdo con Sigmund Freud, el ego y el superego se construyen mediante la introyección de patrones de conducta externos en la persona del sujeto. En el campo sexual, la madre le permite todas las libertades e incluso las contempla positivamente. Las agresiones del hombre hacia la mujer, mediante las cuales establece una cierta identificación con el padre, son aprobadas, por considerarse característicamente heterosexuales. Dentro de este contexto cultural, existían como normas habituales que el hombre tomara la autoridad en la familia y fuera el proveedor, y que la mujer se sometiera a su cuidado y a la crianza de su descendencia. El machismo tradicionalmente ha estado asociado con la cultura mexicana y latina. Algunos investigadores consideran el machismo como algo particular de México. Piensan que es una consecuencia del mestizaje indígena y español, y que tiene raíces prehispánicas. En la leyenda azteca, se muestra el ideal de unión con la madre en la figura de una mujer virgen que da a luz un héroe, excluyendo la figura paterna. Lo cual se relaciona directamente con el complejo de Edipo y se prolonga, más tarde, en el culto por la Virgen de Guadalupe, de valor afectivo maternal. En México no hay una fiscalía especializada en machismo criminal, y los casos no se abordan con perspectiva de género. Los feminicidios no tienen que ver con el clima de violencia o con los gobiernos del pasado como el Presidente dice. Uno de los principales problemas esta en la falta de educación y que en las personas con menor escolaridad e ingresos persisten más los valores machistas y mayor dependencia económica de la mujer con respecto al hombre, más aun si tienen muchos hijos, lo que contribuye a la victimización femenina constante. De ahí los crecientes problemas para capacitar de forma oportuna y adecuada al bono demográfico mexicano, mayoritariamente femenino. Se requiere apoyo en la incursión de las mujeres en el mercado laboral, ya que, además de no tener equidad en la remuneración, necesitan más flexibilidad para alcanzar sus metas personales y profesionales. Se requiere apoyo para el cuidado de los hijos, seguridad en las guarderías y el impulso de la participación de los hombres en el hogar. Esto liberaría el llamado bono de género, inherente al bono demográfico. El bono de género depende de las formas en que se integren las mujeres al trabajo, se deben impulsar políticas para favorecer esta integración, condiciones que no solo el Estado debe ofrecer sino también el empleador.
Asegurar una sociedad realmente democrática, sin brecha existente entre hombres y mujeres es un reto no sólo jurídico sino también personal, familiar, social y cultural. Debemos reforzar la formación en el hogar, cultivar en los niños valores de sensibilidad y afectividad, de participación en el hogar, hacerles entender que estos valores no pertenecen exclusivamente a las niñas. Debemos orientar a las futuras madres a nuestra generación de adolescentes a quienes les impacta de sobremanera tanta injusticia y a toda la comunidad, ya que es la manera en que podemos ir erradicando el machismo. La inequidad de género lastima a toda la sociedad y es el obstáculo más importante para un desarrollo social completo. Urge erradicar este cancer en todos los rincones del país y en todos los estratos sociales.
Con tristeza lo digo, pero también con mucha valentía lo reconozco. La ley no garantiza la igualdad ante la vida, el trabajo, la escuela, la salud, la pareja. La ley tampoco garantiza el compromiso del Estado para asegurar se celebren los derechos de hombres y mujeres en condiciones de igualdad y sin discriminación. Ni la ley ni las políticas públicas son suficientes para eliminar la inequidad de género en nuestro país porque en este tema la estructura y las prácticas sociales y culturales discriminatorias tienen raíces más profundas.
Las mujeres tenemos la capacidad de ampliar esa participación y esas oportunidades en todos los espacios de la actividad humana. Vivimos un momento histórico, en donde hemos demostrado que podemos reunirnos, manifestarnos pacíficamente, que somos generadoras de cambio. Conscientes de que es la energía femenina, amorosa, creadora y potencializadora la que manifiesta nuestro poder. Y que este poder está presente a diario en todo lo que hacemos. Que la pasión y entrega de ser mujeres nos permita concebirnos ya no fragmentadas, sino como un solo ser, con nosotros mismas y con lo que nos rodea. Les comparto esta pintura reciente que trabajé en torno a este momento que tanta fuerza ha traído a mi vida.. Gracias por tomarse el tiempo de leer este largo texto. Lo comparto desde un espacio de profundo agradecimiento, admiración y respeto para las mujeres de México y el mundo. Ni una más.
Valerie Campos Maldonado Pintora, escritora y fotógrafa Facebook: Valerie Campos Maldonado Twitter: @ValcamStudio